Audios, corrupción y tecnología

Esta puede ser la última vez que descubrimos un escándalo de corrupción a través de interceptaciones telefónicas. Quizás las próximas redes de corrupción ya no dependan de llamadas telefónicas para articularse. Los peruanos cada vez usamos menos el teléfono y optamos por aplicaciones de mensajería, mensajes de voz o videollamadas. Incluso, cuando queremos conversar con alguien, lo hacemos a través de aplicaciones como WhatsApp y no mediante la línea telefónica tradicional. Aunque no lo parezca, aquí radica una diferencia fundamental: el contenido de nuestras comunicaciones a través de aplicaciones viaja enmascarado. Eso significa que no puede ser interceptado por terceros como las empresas de comunicaciones o la policía. Este nuevo escenario plantea retos al futuro de nuestro sistema de lucha contra la delincuencia que debemos saber afrontar.

Durante una conversación telefónica, nuestras palabras viajan convertidas en una serie de impulsos eléctricos a través de la infraestructura de cables y antenas de las empresas de telecomunicaciones hasta nuestro interlocutor. En todos los puntos de la cadena, esta información puede ser interceptada y registrada por cualquiera que logre identificar la ruta y conectarse a ella. En buena medida, así es como han funcionado las centrales de interceptación legales e ilegales en todo el mundo. Esto también lo han sabido desde siempre los criminales, quienes recurren con frecuencia a códigos, palabras clave o líneas telefónicas temporales.

La situación cambia cuando mandamos un mensaje o hacemos una llamada de audio o video a través de una aplicación como WhatsApp o Signal. En este caso, el contenido de nuestras comunicaciones se transforma en una serie de caracteres antes de salir de nuestro teléfono. Es esta versión cifrada de nuestro mensaje la que viaja a través de la infraestructura de telecomunicaciones. La llave para descifrar este mensaje reside exclusivamente en el teléfono de nuestro interlocutor y, sin ella, aunque el mensaje pueda interceptarse en el camino resultaría imposible de comprender. Este sistema denominado Cifrado de Extremo a Extremo es la configuración por defecto de las principales aplicaciones de mensajería y llamadas desde hace unos de años. Esto significa que las centrales de interceptación telefónica tradicionales son incapaces de detectar o registrar las llamadas o mensajes que se envían o reciben a través de este sistema. Ni siquiera las empresas que operan las aplicaciones tienen la capacidad de descifrar estos mensajes.

En otras palabras, si los empresarios o funcionarios implicados en el escándalo reciente del Consejo Nacional de la Magistratura hubiesen usado alguna aplicación para comunicarse quizás no existirían los famosos audios. Aunque existen otras maneras de interceptar esas comunicaciones, en muchos casos se requiere tener acceso físico al teléfono del interceptado o persuadirlo de instalar un programa que lleve a cabo el registro.

No obstante, sería un error ver a la tecnología de cifrado como el enemigo en esta historia. Esta innovación tecnológica es una garantía para la privacidad y secreto de las comunicaciones de millones de personas, incluyendo minorías en riesgo, periodistas, y activistas. Es esta misma tecnología la que garantiza que cuando usa la página web de su banco nadie pueda interceptar su clave secreta o leer sus mensajes de correo electrónico. Antes de culpar a la tecnología, debemos de entender su rol en la lucha contra la corrupción, conscientes de los desafíos y oportunidades que presenta. No deberíamos depender de la interceptación telefónica de jueces o fiscales para descubrir la corrupción o evidenciarla. No solo porque no es una medida escalable, sino porque muy pronto dejará de ser una alternativa real.

Necesitamos pensar en nuestra estrategia anticorrupción y de investigación criminal como un sistema articulado. La anunciada reforma del sistema de control de la magistratura, y nuestros protocolos de investigación criminal en general, deben de adaptarse a este escenario cambiante. Obligaciones de transparencia, sanciones efectivas para quienes no las cumplan, mecanismos de reporte anónimo de corrupción, y un trabajo más estratégico de las autoridades llamadas a detectarla pueden ser herramientas mucho más efectivas que cualquier interceptación. No se trata de tener funcionarios perfectos, sino de contar con sistemas que nos permitan detectar a quienes no se comporten como se espera de ellos.

Foto: Pavan Trikutam on Unsplash

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